El Chapo Guzmán :Vida, apogeo y ocaso del emperador del crimen
La CIA tiene un listado de los hombres más buscados del planeta. Eso se dice, al menos, y uno recurre a las películas y series para imaginarse documentos top secret, clasificados, con interminables folios y fotografías. En 2011, la lista la encabezaba un tal Osama Bin Laden, hasta que el 2 de mayo fue asesinado en su búnker de Pakistán. Tachado de la lista. Desde entonces, otra persona ocupó ese sitial.
Más bajito (1.64 contra los casi dos metros de Bin Laden), más extravagante y de gustos –por decirlo de alguna manera– más caros. Joaquín Archivaldo Guzmán –de él se trata, por supuesto– fue durante más de dos décadas un criminal infame. Capo del Cartel de Sinaloa, era responsable del 25% de las drogas ilegales que ingresaban a los Estados Unidos vía México.
Construyó un imperio a sangre y fuego, exterminó impiadosamente a sus rivales y consolidó su posición en el submundo del narcotráfico. Y no se quedó con eso. Amó a estrellas de cine y TV, figuró en el Top-100 de los hombres más ricos del mundo (confeccionado por Forbes) y se pensó eterno, intocable, santo patrono de aquellos que recogían sus dádivas. Pero no. Sigue vivo, sí, pero ya no libre.
Capturado hace dos años y extraditado a los Estados Unidos, acaba de ser declarado culpable en una Corte de Nueva York por diez delitos diferentes. En ese país lo celebraron. En Sinaloa muchos rezan por él. Y el mito del Chapo Guzmán permanece, listo para escribir nuevos capítulos, quizás en el trecho final de su sangrienta aventura.
Nacido el 4 de abril de 1957 en el diminuto pueblo de La Tuna, en medio del campo y las sierras sinaloenses, Guzmán no fue capaz de esquivar al destino que le trazó su entorno. Igual que su familia, empezó a cultivar opio y marihuana, y se relacionó con los traficantes de la zona.
Lo bautizaron Chapo (petiso en México) y pronto dejó en claro que sabía cómo moverse y escalar en el ambiente del hampa. En la década del ’80 ya era conocido y respetado, y fabricó mil ardides para transportar la mercadería de una frontera a la otra. Sinaloa –el Estado agrícola más importante de México– está ubicado a 1.200 kilómetros del límite con Estados Unidos.
Para birlar esa barrera, el Chapo recurrió a su ingenio y a una frondosa lista de ardides. Transportó droga en aviones (con su propia flota de taxis aéreos), escondió cocaína en jabones y hasta en pimientos jalapeños, y llevó su oscuro negocio a niveles insospechados. Año a año, su ingeniería se volvió más sofisticada. Hasta construyó túneles (unos 80, según se cree) en la frontera, provistos de rieles, aire acondicionado y luz eléctrica. No sólo servían para pasar drogas; también para facilitar las fugas. Se estima que el Chapo llegó a traficar 155 toneladas de cocaína al país del Norte, lo cual explicaría una fortuna personal que superó, en sus épocas de gloria, los mil millones de dólares.
TRAMPOLÍN A LA INFAMIA. Guzmán asumió la jefatura del Cartel en 1989, cuando cayóMiguel Ángel Gallardo, el hombre del cual aprendió todo. De hecho, la detención de El Padrino Gallardo dividió su imperio en dos facciones irreconciliables: el Cartel de Tijuana(comandado por los hermanos Arellano) y el de Sinaloa, que el Chapo tomó para sí mismo. En la etapa inicial estaba al frente de unos 25 hombres, según contó un testigo protegido. Luego sus lugartenientes se multiplicarían. A partir de su éxito casi instantáneo, su perfil creció (casi tanto como el del colombiano Pablo Escobar, el más famoso narco de esa época). Aparecieron los autos de lujo (en 2014 se le secuestraron 43 vehículos, 19 de ellos blindados); un yate (el Chapito, tal su nombre); una quinta con canchas de tenis y hasta un zoológico que podía recorrerse en tren. Delirios propios de un emperador romano. En dos décadas, el espurio negocio generó unos 14 mil millones de dólares (la misma cifra que, según el BID, costaba la reconstrucción de Haití tras el terremoto de 2010).
La organización de Guzmán llevaba droga a los puntos críticos de Estados Unidos: Los Ángeles –el más cercano a México–, Chicago y Nueva York. Todo parecía marchar sobre ruedas, hasta que en 1993 fue capturado en la frontera de Guatemala con México, en Chiapas. Antes de cumplir los nueve años en prisión, logró escaparse de la cárcel de máxima seguridad de Puente Grande, en Jalisco, escondido en el carrito de la ropa sucia. Otros dicen que salió por la puerta, disfrazado de policía. Esa fuga, en los albores del nuevo siglo, le dio la visibilidad que luego sería su talón de Aquiles.
Guzmán consiguió permanecer libre durante 13 años, desde 2001 hasta 2014, cuando fue recapturado. En ese período el mito se agigantó. Los esfuerzos de la CIA y la DEA se multiplicaron. Finalmente lo atraparon sin disparar un solo tiro, en su propia tierra de Sinaloa. Fue obra de marines estadounidenses, en conjunción con el gobierno de Enrique Peña Nieto, entonces presidente mexicano. Un año después, el Chapo lograba lo que parecía imposible: escaparse de nuevo, esta vez de la prisión de máxima seguridad conocida como El Altiplano, a 25 kilómetros de Toluca. Nadie había podido eludir la seguridad de ese recinto, el más temido por los delincuentes de todo México. Guzmán lo logró gracias a un túnel de un kilómetro y medio de longitud, que comenzaba en la zona de las duchas. La leyenda escribía, así, un nuevo capítulo.
¿La tercera habrá sido la vencida? El 8 de enero de 2016, un grupo de soldados estadounidenses logró recapturarlo en el «patio de su casa»: Los Mochis. El Chapo y sus hombres resistieron a punta de ametralladora (cinco murieron) y el líder recurrió a una fuga afín a su repertorio: las alcantarillas de la ciudad, conectadas con un túnel que comenzaba en su casa. Casi logra su cometido, pero lo terminaron atrapando en plena calle. Fue el principio del fin. Estados Unidos solicitó su extradición. El jueves 19 de enero de 2017, en el último día de gobierno de Barack Obama, el país recibió al criminal que había buscado tan afanosamente. El mismo cuya cabeza se cotizaba en cinco millones de dólares.
El 12 de febrero pasado, el Chapo fue encontrado culpable de diez cargos en una corte de Nueva York: tráfico de drogas, liderar una red criminal, asesinatos, sobornos, torturas… El próximo 25 de junio se celebrará la audiencia definitiva, donde Guzmán será condenado a cadena perpetua.
El Chapo, el de los centímetros escasos y el ego inabarcable, sigue soñando con su película. La que lo retrate como un bandido colorido y folklórico, proyecto que imaginó junto a su (¿ex?) amiga Kate del Castillo, la actriz que supo reunirse con el entonces prófugo (lo mismo que Sean Penn, para una entrevista que luego publicó en la revista Rolling Stone). Se ve a sí mismo con el revólver en la cintura (el de los diamantes incrustados), el gesto temerario y la sonrisa ladeada. Billonario. Impune. Sin misericordia para enemigos y traidores. Será la última escena que proyecte cada noche, en una celda fría y oscura, muy lejos de su tierra, demasiado cerca de la muerte.
Por Eduardo Bejuk.
Fotos: AFP y archivo Atlántida.