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Emplear mujeres podría ser una ventaja para el país

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A contramano de los miles de “bonos” que representan una deuda para Argentina, hay uno que el país tiene a su favor. El llamado “bono demográfico”, que nada tiene que ver con los mercados de capitales, alude a la población: es el lapso donde las mujeres y hombres activos e inactivos en edad de trabajar superan, en cantidad, a las personas económicamente dependientes (niños y adultos mayores).

Se trata de una oportunidad única para que una economía mejore la cantidad y productividad de quienes participan de su mercado de trabajo, y genere riqueza y desarrollo. En definitiva, que se asegure un futuro de bienestar antes de que el envejecimiento demográfico complique la ecuación.

Los expertos coinciden en que en Argentina esta ventana de oportunidad comenzará a cerrarse luego de 2030. Es más, el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) subraya que hacia 2040 la población fuera de edad laboral ya superará a la empleable.

Y hay otro consenso: mejorar la inclusión de la mujer en el mercado de trabajo es esencial para capitalizar el bono. La población femenina representa el 50 por ciento de la fuerza de trabajo y, tanto a nivel nacional como en Córdoba, se trata de un colectivo más instruido que el masculino.

Otro dato interesante que suman las estadísticas de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo sobre el universo de trabajadores formales: la mujer sufre, en proporción, menor cantidad de accidentes laborales y también litiga menos que el varón.

Un cálculo realizado al respecto en 2017 por Diego Dequino y otros economistas del Instituto de Investigaciones Económicas de la Bolsa de Comercio local revelaba que, si existiese equidad de género (demográfica) en el mercado de trabajo, podrían evitarse 39 mil accidentes laborales y 12 mil litigios anuales.

Los números absolutos pueden haber cambiado desde entonces, pero la tendencia estructural se mantiene.

A pesar de todo ello, el femenino es el universo más castigado en materia de empleo: se topa con mayores barreras de ingreso al mercado laboral y padece desocupación, subocupación e informalidad más elevada que el varón. Cuando trabaja, lo hace por ingresos promedio inferiores a los masculinos (ver Las mujeres trabajan en los sectores peor pagos). Y fuera del empleo formal asume tareas de cuidado y gestión del hogar no remuneradas en cuantía muy superior a la del hombre.

“La inequidad atenta contra el proceso de generación de riqueza”, sintetizan las economistas María Laura Caullo y Rocío Cereni, integrantes del Ieral, instituto de investigaciones de la Fundación Mediterránea, en un estudio sobre trabajo y género realizado este año. Otra razón de estricta economía que se suma, claro está, a las de básica justicia para corregir la brecha de género en materia laboral.

Jóvenes castigadas

Si se examinan los datos del mercado de trabajo cordobés, la inequidad entre varón y mujer se profundizó en el último año.

En el Gran Córdoba, el desempleo femenino se ubica históricamente sobre el masculino, pero desde 2017 supera también y, de manera sostenida, a la tasa general de desocupación.

Según los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en el cuarto trimestre de 2018, el 11,2 por ciento de las mujeres estaba desocupado (alrededor de 40 mil personas), contra un 9,2 por ciento de la población total en actividad.

Entre los varones, el desempleo afectaba a muchos menos: al 7,5 por ciento.

Esta inequidad crece en el universo más joven de mujeres (hasta 29 años), donde la desocupación se mantiene en dos dígitos hace mucho tiempo.

A fines de 2018, llegó al 18,7 por ciento; muy por encima del 11,6 por ciento registrado en el mismo segmento etario de varones.NOTAS RELACIONADAS

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Pero antes incluso de padecer el desempleo, sobre la mujer operan una gama de obstáculos que la disuaden de intentar trabajar.

Esa situación se refleja en la tasa de actividad, calculada como porcentaje entre la población económicamente activa y la población total de referencia.

En el Gran Córdoba, dicha tasa llega al 51,8 por ciento para la población femenina y sube al 68,8 por ciento entre la masculina.

Esa brecha se profundiza con la edad: si se mira en ambos grupos a las personas de hasta 29 años, las tasas de actividad son del 48,5 y 61,2 por ciento, respectivamente. Pero en el segmento superior (30 a 64 años), la diferencia crece a 66,8 por ciento para mujeres, contra 87,6 por ciento para varones.

El doble que el varón

Una de las vallas más fuertes que encuentran las mujeres para entrar al mercado de trabajo deriva del modo inequitativo en que, por razones culturales, se distribuyen las tareas de cuidado del hogar y de crianza de los hijos.

Según estudios del Cippec, el 89 por ciento de las mujeres argentinas declara realizar trabajo doméstico y tareas de cuidado no remunerado en sus hogares, en contraste con el 58 por ciento de los varones que también lo señala.

Para ellas, la carga de trabajo es doble: realizan en promedio 6,4 horas diarias de este tipo de tareas contra sólo tres de los hombres, señala el Cippec.

Y advierte que esta situación se profundiza en contextos económicos recesivos como el actual, en los que, por ejemplo, se complica por razones económicas la tercerización de las tareas de cuidado.

Por caso, esta es una posibilidad muy acotada para las mujeres en situación de pobreza o vulnerable; las más complicada para conciliar vida laboral y familiar.

Datos como la tasa de actividad lo grafican: en el quintil o segmento de la población con ingresos más bajos, el 36 por ciento de las mujeres trabaja o busca empleo, contra el 62 por ciento de los varones, apuntan desde Cippec.

Necesidades

Caullo y Cereni, del Ieral, aportan otro dato impactante: en el segmento de los llamados “ni-ni” (jóvenes de 14 a 24 años que no estudian ni buscan trabajo, unos 1,2 millones en Argentina), ocho de cada 10 son mujeres; y entre ellas el 60 por ciento es madre.

“Se trata de la feminización del núcleo duro de la problemática juvenil”; subrayan las investigadoras.

Al respecto coincide Virginia Giordano, coordinadora de investigaciones del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa). “Hoy existe una gran escasez de oportunidades para los jóvenes originada en reglas laborales e impositivas onerosas, burocráticas y litigiosas, que desalientan la creación de puestos de trabajo. Además, factores culturales y sociales llevan a que la peor parte recaiga sobre las mujeres jóvenes que integran los hogares más pobres”, explica.

Y agrega: “Muchas desertan de la escuela secundaria debido a un embarazo temprano o a la imposición familiar de asumir tareas domésticas dentro del hogar. Sin niveles adecuados de educación y presionadas por las actividades domésticas, la exclusión del mercado laboral se potencia”.

Ante el diagnóstico compartido, también se coincide en los caminos de solución: más políticas de discriminación positiva y otras que faciliten y promuevan de manera directa el empleo femenino. Sobre este segundo eje se concentran, por caso, los esfuerzos del Gobierno de la Provincia.

Y hay un tercer consenso: lo que resta por corregir es muchísimo.

La Voz

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