Qué es el necroturismo: la forma de viajar más macabra del momento
El amor mueve el mundo y el morbo, los clickbaits y las cifras de espectadores. Y los motores. Los de los aviones y los de los autos. El morbo rellena los depósitos a través de dos series en streaming. En Gandía una pareja vio El caso Alcàsser y se fue hasta el lugar del hecho para inspeccionar en persona lo que acababan de conocer por la pantalla.
En el lugar en el que desaparecieron Desirée, Miriam y Toñi encontraron, aseguraron, unos huesos que resultaron ser falanges humanas. El Instituto de Medicina Legal de Valencia aún los examina. Por ahora, los forenses amateurs en la localidad levantina han sido dos. Los que se desplazan hasta el origen histórico de Chernobyl, la producción de HBO, se empiezan a contar por centenas.
De acuerdo con la Junta de Turismo de Kiev, el número de visitantes de la zona afectada por el accidente nuclear se incrementó en un 48%. Este año, prevén que los turistas en el área llegarán a los 100.000. Daniel Liviano, profesor de Estudios de Economía y Empresa de la Universidad Abierta de Cataluña, reconoce que el turismo ligado a la muerte no es un fenómeno nuevo, pero admite que “el auge del turismo como un sector económico fundamental a escala mundial disparó el interés por este tipo de lugares, que se conoce como tanatoturismo o turismo oscuro”.
Pero la partícula “tanato” procede de Tánatos, la personificación de una muerte sin violencia ideada por la mitología griega, y en los fallecimientos de quienes pasan a la historia por la forma en la que murieron lo extraordinario es, a menudo, la violencia. Por eso, para hablar del de Chernóbil, quizá se ajuste mejor «kerturismo»: Ker es la hermana impetuosa y fuerte de Tánatos, la muerte violenta.
Algunos de los viajeros que optan por este tipo de excursión, apunta Liviano, “sienten el viaje como una motivación moral o espiritual y adoptan una actitud de peregrinación secular». Una persona puede visitar el escenario de un genocidio para mostrar empatía con las víctimas, recordarlas y honrarlas, y estar guiada por un sentido de deber moral.
«Otros turistas de esta categoría no tienen una motivación para con las víctimas y simplemente visitan estos lugares con un deseo o una necesidad de contactar simbólica y emocionalmente con la muerte”.
En los campos de concentración alemanes los tours son habituales y la Autoridad de Turismo en Tailandia planea convertir la cueva en la que en año pasado cayeron doce niños en una de las paradas de un recorrido turístico.
Desde España, el turoperador Politours incluye ya en su pack Ucrania: historia y presente una incursión en la central nuclear y excursiones a las ciudades de Kopachi y Prípyat, contaminadas y evacuadas tras el accidente de abril de 1986. La visita, informan, lleva unas ocho horas e incluye tres controles para comprobar los índices de radioactividad.
El turismo de la muerte también tiene subgénero. Abandona el prefijo «ker-» y se pega, a secas, a “necro-”, «muerte» en griego. La plataforma de actividades turísticas Musement ya era consciente del potencial. En su necrotop, el cementerio parisino de Père Lachaise se encarama al primer puesto.
La dirección tuvo que establecer un código de conducta para evitar que los visitantes mantuvieran relaciones sobre la tumba de Jim Morrison. Bajo otras lápidas reposan los restos de Maria Callas, Oscar Wilde, Colette o Frederic Chopin.
En Washington D. C., el cementerio de Arlington recibe a los admiradores de Jackie y J. F. Kennedy y cualquier aventurero que quiera aproximarse a la tumba que conserva el cadáver más radioactivo del planeta: el de Richard Leroy Mckinley, víctima de la explosión nuclear del reactor SL-1, que absorbió semejante cantidad de radiación que no puede trasladarse sin el permiso de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos. Se considera “la más peligrosa del mundo”. La más polémica ya es cosa nuestra.
Perfil