Mitad de los estudiantes pobres no tiene computadora en su casa
Una de las estrategias más controvertidas para enfrentar al coronavirus es la de Suecia. En ese país, el aislamiento se concentra en las personas más susceptibles de sufrir complicaciones por el coronavirus, que son las mayores de 65 años y las que sufren enfermedades crónicas. El resto de la población, que puede contagiarse, pero tiene bajos riesgos de complicaciones, continúa con sus actividades. En particular, los niños y los jóvenes hasta 15 años de edad siguen yendo a la escuela.
En la mayoría de los países, en cambio, la educación es la actividad que más implacablemente sufrió la disrupción. Las clases fueron discontinuadas y los niños y jóvenes confinados en sus hogares. En los países del hemisferio norte, la discontinuación fue transitoria ya que los niños y jóvenes están volviendo a la escuela luego de dos meses de suspensión. En Argentina, la situación es mucho más complicada porque todavía no experimentó el pico de contagio y le queda todavía atravesar el invierno. Las autoridades descuentan que recién en agosto se evaluará la posibilidad de volver a las aulas.
En tanto, se propone que las clases se sigan desarrollando de manera virtual. Es decir, a través de computadora e internet con los docentes a distancia. Para evaluar las implicancias de este tipo de metodología pedagógica se puede apelar a algunos datos del INDEC. Según esta fuente, se observa que:
- En Argentina, el 63% de los hogares con niños tiene computadora.
- En el 40% de los hogares más pobres, sólo el 49% tiene computadora.
- En el 40% de los hogares de mayores ingresos, el 94% tiene computadora.
Estos datos muestran que la afirmación de que la educación sigue funcionando con las escuelas cerradas es falsa. Esto puede ser cierto entre los niños y jóvenes de los hogares de mayores ingresos. Pero para una alta proporción de alumnos que habitan los hogares pobres no es posible porque no cuentan con los medios para hacerlo. Por eso, plantear que las escuelas pueden seguir cerradas hasta agosto o setiembre implica una enorme discriminación en desmedro de los niños más humildes.
La prohibición a los niños y jóvenes de asistir a la escuela es otra decisión sanitaria divorciada de la medicina basada en la evidencia. Hay un amplio consenso médico y evidencias al respecto de que los niños y los jóvenes están menos expuestos al contagio del coronavirus y tienen mucho menos riesgos que, de contraerlo, sean casos graves. Sin embargo, por prejuicio o creencia, en contra de lo que indica la evidencia médica, las autoridades sanitarias y educativas generan pánico en la población respecto a la salud de sus hijos y la convencen de que el beneficio de quedarse en la casa es mayor que el costo por las pérdidas de aprendizajes escolares.
Las evidencias también señalan que no tener clases tiene efectos negativos en los niños cuando son adultos. En un estudio “Los efectos de largo plazo de los paros docentes: evidencia de la Argentina” (DOI: 10.1086/703134) se señalan que los niños argentinos que sufren los paros docentes tienen menores salarios y más falta de empleos cuando son adultos. Este estudio fue hecho por investigadores extranjeros que utilizaron datos de Argentina porque –según sus afirmaciones– es el país que más consistentemente tuvo paros docentes desde 1983. Según esta investigación los estudiantes argentinos pierden medio año lectivo en su vida escolar por causa de los paros con consecuencias muy negativas para su futuro. Mantener cerradas las escuelas por el coronavirus tendrá análogas consecuencias concentradas en los hogares de menores ingresos.
El sistema educativo argentino ya estaba en crisis antes del coronavirus. En las pruebas PISA 2018, Argentina calificó por detrás de Chile, Uruguay, Brasil y Colombia e igual que Perú, cuando hace 20 años Argentina lideraba la región y se ubicaba muy por encima de Perú. El confinamiento potenciará esta decadencia. Además pone en evidencia otros fracasos, como es el caso del programa nacional “Conectar Igualdad” que se suponía debía universalizar el acceso de los niños pobres a las computadoras.