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Adolescencia hasta los 28 años: por qué los jóvenes demoran cada vez más en ser autónomos

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La sensación en muchas familias con hijos en sus 20 es que los cambios socioculturales, la realidad económica y el contexto de incertidumbre global impacta en el retraso de la autonomía de muchos jóvenes. Aunque aquí tampoco es atinado generalizar, porque las situaciones están marcadas por diversidad de circunstancias, se advierte una demora en la autonomía e independencia y, a un ejército de padres y madres pendientes de sus hijos grandes como cobijando una especie de “adolescencia tardía”.

Las escasas posibilidades de inserción laboral y los deseos de vivir el presente sin planificar demasiado ante un panorama universal de pocas certezas explican en parte este fenómeno.

La psicóloga Griselda Cardozo, especialista en adolescencia, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) sostiene que hasta hace unos años se consideraba que la adolescencia concluía al terminar la secundaria y la juventud era considerada como el momento de ingreso al mundo laboral profesional, a la universidad o a estudios superiores y se extendía entre los 20 y los 25 años.

Pero eso está cambiando. “En la actualidad observamos que los rituales de pasaje hacia el mundo adulto son cada vez menos cronológicos”, subraya Cardozo. Y agrega que hay que considerar los cambios socioculturales en los cuales los jóvenes transitan hacia la adultez.

El psicólogo del Instituto de Investigaciones Psicológicas (Conicet–UNC). Juan Carlos Godoy, plantea que no hay una única definición de adolescencia y pone como ejemplo un manual de 2018, tomado por Unicef como uno de sus textos básicos, que la define como el periodo que va de los 10 a los 20 años. Pero remarca que más recientemente se ha planteado una definición extendida que lleva el final de la adolescencia a los 24 y subraya que hay diversos conceptos e interpretaciones sobre este ciclo vital.

En Argentina, el retraso en la autonomía e independencia de los chicos y chicas se explica por varios factores culturales y socioeconómicos que –apunta Godoy– no se aprecian en otros países como en Estados Unidos, donde los chicos al terminar la secundaria y si desean cursar estudios universitarios se mudan a otras ciudades donde logran la admisión.

Adolescencia tardía. Los jóvenes tardan más en ser autónomos. (Pexels)
Adolescencia tardía. Los jóvenes tardan más en ser autónomos. (Pexels)

Aunque también es cierto que aquí un buen número de adolescentes del interior de las provincias se trasladan cerca de las principales universidades e inician un camino autónomo, son un grupo reducido del colectivo juvenil.

“En nuestro país, cada vez son más los jóvenes que continúan viviendo en la casa de sus padres o madres”, sostiene Godoy.

LAS CAUSAS

Con respecto a las causas de este retraso, Cardozo advierte, por una parte, la prolongación del tiempo en los estudios y por otra, el desempleo y la precariedad en la que viven algunos sectores. “Según estudios realizados, esto ha llevado a que la edad promedio para alcanzar autonomía e independencia se prolongue hacia los 28 y a veces hasta los 30 años”, apunta.

La investigadora recuerda que los trayectos lineales que antes existían entre la escuela y el trabajo ya no se dan: son más complejos, menos estandarizados y se transitan de otro modo.

Por una parte, ejemplifica Cardozo, muchos jóvenes de sectores populares tienen dificultades para continuar sus trayectorias escolares o laborales, lo que les impide independizarse de sus padres.

Por otra, hay casos de chicos y chicas que tienen opciones para seguir estudiando o encontrar empleo, pero deciden tomarse un tiempo antes de definir un proyecto ante la tranquilidad de seguir dependiendo económicamente de la familia.

La psicóloga considera que no se puede generalizar y decir que hay una demora en la maduración de estas nuevas generaciones sino que es necesario identificar los modos en que se produce el pasaje a la adultez. No obstante, existen variables contextuales que inciden en la adquisición de la independencia y autonomía.

Godoy coincide en que no es posible hablar de un retraso en la maduración, en términos generales, y que en los países industrializados, incluso, la pubertad comienza a edades cada vez más tempranas. De todos modos, dice, en países como la Argentina que enfrentan profundas crisis socioeconómicas, es posible advertir cierta “inmadurez” en los jóvenes para tomar decisiones, ya que siguen viviendo con sus familias y, así, tienen pocas oportunidades de aprender del error. Y si su familia se “ocupa” y “preocupa” por ellos todo el tiempo, van a llegar más tarde a ser totalmente autónomos.

TESTIMONIOS

En un trabajo que realizó el equipo de Cardozo sobre trayectorias laborales y educativas con jóvenes que realizaban cursos de capacitación se recogieron varios testimonios que muestran los recorridos después de terminar el secundario.

Una joven de 23 años dijo: “Una vez que terminé el colegio, empecé a trabajar en diferentes lados. Después mis hermanos abrieron un local, una rotisería. Cuando cerramos la rotisería empecé a trabajar con mi papá hasta ahora. Cuando pueda ahorrar, me voy a vivir con mi pareja por ahora no puedo, pero me encantaría”.

Otra chica de 26 contó: “Estoy trabajando en una guardería, en una salita de 3 con los nenes. Tuve varios trabajos. Empecé trabajando cuando terminé el secundario en una heladería. Pasé a ser encargada después, estuve dos años ahí. También estuve trabajando en un restaurante por un tiempo, también estuve otros dos años ahí y bueno ahora con este curso busco tener otras oportunidades para ganar un poco más y ver si puedo irme a vivir sola”.

También hay jóvenes que pese a tener otras opciones deciden convivir con sus padres. “Volví al país después de dos años que me había ido al exterior. Quería hacer una experiencia. Yo ya había comenzado la ‘facu’, ingeniería industrial, cursé hasta tercero. Pero cuando volví me di cuenta de que no era lo mío. No sé por qué la elegí a esa carrera. Ahora me tomé un tiempo para ver qué quiero estudiar. Mis padres quieren que haga algo, pero no me motiva nada. Tal vez comience a trabajar en la empresa familiar, pero no sé. Mientras tanto sigo con mi familia y ayudo en lo que puedo en casa”, contó un joven de 24, que no estudia ni trabaja desde que regresó a Córdoba.

Adolescencia tardía. Los jóvenes tardan más en ser autónomos. (Pexels)
Adolescencia tardía. Los jóvenes tardan más en ser autónomos. (Pexels)

CONVIVIR CON LOS PADRES

“En estos últimos años se advierte que cada vez más los padres deben continuar brindando soporte económico a sus hijos hasta que logran independizarse. En general están dispuestos a acompañarlos”, dice Griselda Cardozo.

El tema es diferente cuando los jóvenes pueden independizarse, pero no desean asumir responsabilidades. “En estos casos se generan fuertes conflictos en la dinámica familiar”, sostiene.

Juan Carlos Godoy plantea que existen factores culturales y coyunturales y cierto temor de los padres por “largarlos a la vida”. “Los grandes centros urbanos de Argentina se han vuelto muy hostiles para los pibes y cuesta soltar cuando hay tantos factores de riesgo por ahí. Insisto en que es algo cultural. En los Estados Unidos pasan a la edad adulta casi sin miramientos”, remarca.

Un factor que se suma a esta dilación en la búsqueda de independencia es la incertidumbre, donde proyectar se convierte en una tarea compleja. “Un contexto en permanente transformación e inseguridad no ofrece un ‘piso consistente’ para esta meta: los jóvenes que acceden al mundo laboral lo hacen bajo condiciones de contratos laborales precarios, algunos con jornadas de hasta 14 horas sin tiempo para realizar otra actividad.

En tanto, los que acceden a estudios universitarios están preguntándose qué harán cuando finalicen sus carreras, en consecuencia, no pueden visualizar una perspectiva postuniversitaria”, describe Cardozo. Otros, añade, deciden irse del país, pero en algunos casos se dan cuenta de que el exterior no es garantía de nada. Y no hay que olvidar a los jóvenes que no tienen posibilidad de continuar sus trayectorias escolares o laborales y, por lo tanto, el futuro es difícil de imaginar, lo cual produce apatía y desinterés.

Godoy recuerda que la incertidumbre forma parte de la vida y, particularmente, de la adolescencia.

A Laura F., la mamá de cuatro hijos jóvenes, le preocupa que no hagan demasiados planes: uno se recibió de publicista, dos estudian a un ritmo demasiado lento y el más chico está viendo qué hacer. “Cuando les preguntás te dicen: ‘ya se verá, vamos a ver qué pinta’. Lo peor es que el más grande, que ya se recibió, se pregunta para qué le servirá el título”, resume, preocupada.

La noción del tiempo fue mutando para los jóvenes. “Desde hace años observamos que el presente cobra mayor preponderancia para ellos. En consecuencia, se observa en los chicos y las chicas una gran dificultad para proponerse metas a mediano y largo plazo y sobre todo, en la confianza de poder alcanzarlas”, opina Cardozo.

En otras palabras, cree, perciben la falta de garantías para llevar adelante sus proyectos debido a la insatisfacción permanente y al temor a que acontezca algo peor.

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