Chicos con altas capacidades: mitos y verdades de los superdotados
De chica, Cassandra Vaca Gregorutti (14) dormía cuatro horas por día y necesitaba que «le estuvieran encima». «Le gustaba investigar. Mezclaba productos de limpieza para probar si explotaban», recuerda su mamá, Flavia. Inquieta y curiosa, a los tres años, su primogénita ya sabía leer y escribir. «A los cuatro, mientras manejaba, me preguntó: ‘¿Por qué el planeta Tierra se llama Tierra y no Agua si tiene más agua que tierra?’«, nos cuenta Flavia. Cuando Cassandra cumplió cinco, en 2010, una maestra del jardín le sugirió que su hija podía tener un trastorno del espectro autista. «Lo consulté con la pediatra y me derivó al psicólogo Carlos Allende, que en ese momento era el presidente de Mensa Argentina (N. de la R.: una organización internacional que reúne personas con elevado cociente intelectual). Después de tres meses de hacerle tests, le diagnosticó superdotación. Por un lado, respiré aliviada; pero después supe los problemas que conllevaba», resume.
A Félix Balza Sánchez (13), en cambio, le diagnosticaron superdotación mientras cursaba segundo grado. Luego de rendir los exámenes para ingresar en el Instituto Superior Lenguas Vivas, donde solo sacó dieces, comenzó una seguidilla de llamados de atención: «Félix se distrae, no copia la tarea del pizarrón…», advertían desde el colegio. Tras varias consultas con especialistas, descubrieron que aquel niño de ocho años tenía una inteligencia superior a la media, con un cociente intelectual que lo ubica entre un minúsculo porcentaje de la población mundial.
NADA ES LO QUE PARECE
Las historias de Cassandra y Félix no son casos aislados. En la actualidad, en cada aula de Argentina hay, en promedio, más de un chico con altas capacidades intelectuales (ACI). Representan, según un estudio del Servicio de Neuropsicología de la Universidad de Córdoba, alrededor de un 15 por ciento de la población mundial. «El 13 por ciento de ellos es talentoso, es decir, se destaca de manera excepcional en alguna actividad, como el deporte o la música; otros son precoces intelectualmente, tienen logros antes de su edad cronológica; y el dos por ciento es superdotado, lo que significa que sobresalen en casi todas las áreas, pero a su vez, las interrelacionan», explica la licenciada Laura Diz, presidenta de la Asociación Altas Capacidades Argentina (AAC).
Fundada en 2015, esta asociación tiene como misión lograr la plena atención de las necesidades específicas de los niños con altas capacidades, que conforman un grupo desconocido y cargado de mitos para la sociedad y las instituciones escolares, donde, muchas veces, «los confunden con chicos con déficit de atención porque solo atienden aquello que les apasiona», explica Diz.
En cada aula de Argentina hay, en promedio, más de un chico con altas capacidades intelectuales. Más allá de su lógica implacable y su memoria prodigiosa, en el fondo no dejan de ser chicos.
Por tal motivo, el Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la Nación, junto con UNICEF Argentina, distintas organizaciones de la sociedad civil y referentes de Educación Inclusiva, generó un material educativo con recursos pedagógicos para facilitar la inclusión de los estudiantes con altas capacidades. «Esta era una temática que teníamos pendiente», explica a DEF Cristina Lovari, coordinadora nacional de Educación Inclusiva. De esta manera, los docentes podrán ofrecer a los alumnos con ACI respuestas alternativas (como complejizar las tareas, fomentar el trabajo en parejas o utilizar materiales novedosos), pero siempre propiciando que la actividad sea la misma para todos. «Desde el Ministerio de Educación, entendemos que la diversidad que se da en el aula enriquece a los estudiantes y no es motivo para que los chicos con ACI estén en otros establecimientos», agrega Lovari.
EL BULLYING, UNA CONSTANTE
Tener altas capacidades es difícil. En un mundo lleno de prejuicios, donde se supone que un niño «más inteligente» no necesita ayuda, los problemas aparecen por otro lado. Así lo demuestra el estudio realizado por del Servicio de Neuropsicología de la Universidad de Córdoba, que, entre otras cosas, revela que el 80 por ciento de los chicos con altas capacidades es blanco de bullying.
Antes de llegar al colegio Rogelio Yrurtia, donde actualmente cursa segundo año del secundario, Cassandra pasó por cinco colegios. En todos, tuvo problemas con los compañeros y los docentes. «Decían que no era una nena normal y que era un problema», recuerda su mamá, Flavia. Cassandra ejemplifica: «En las clases de gimnasia, nadie quería que me sumara a su equipo. Siempre quedaba sola y la profesora decía: ‘Sobra Cassandra, ¿quién fue el último grupo que eligió?’. Todos miraban para el costado», rememora la adolescente, que aprendió a canalizar la furia y la tristeza a través de la pintura y el dibujo. También, cuenta, se burlaban de ella por su físico y su apellido. «Me decían que era gorda como una ‘vaca’ y me cargaban porque hablaba muy rápido y nadie me entendía». Enseguida, su mamá acota: «Además, le gustaban cosas que no le interesaban al resto, como la música clásica, los dinosaurios y el idioma japonés».
Félix también la pasó mal en el colegio. «Entre 5.º y 6.º grado, sentía que todos estaban en contra de mí. La escuela era un campo minado. No podía moverme. ‘Félix no hace esto, Félix no hace lo otro’, decían. Igual, yo entendía que no les gustara mi conducta porque no trabajaba en clase, no copiaba del pizarrón. Fue una época muy triste de mi vida. Volvía de la escuela, me tiraba en la cama y me ponía a llorar. Solo tenía ganas de recibir un abrazo y de quedarme en la cama todo el día«, cuenta a DEF. En el medio, explica su papá Eduardo, hubo una serie de reuniones con las autoridades del Instituto Superior Lenguas Vivas y, entre todos, «le encontraron un cauce». «Mientras haya contenido para incorporar, Félix mantiene la atención. Cuando hay repetición, se aburre y se dispersa. Antes, eso equivalía a charlar en clase o hacer alguna gracia. Ahora saca su carpeta de hojas lisas y se pone a dibujar historietas. Félix la llama ‘la hora del arte’. No molesta ni se aburre y, además, hace algo productivo», dice Eduardo.
En las clases de gimnasia, nadie quería que me sumara a su equipo. Siempre quedaba sola. También me cargaban porque hablaba muy rápido y nadie me entendía.
CLUB DE GENIOS
Héctor Roldán (57) se enteró de que tenía altas capacidades cuando cumplió 40 años. Fue mientras navegaba por Internet y se animó a hacer un test de inteligencia. Le diagnosticaron superdotación. «Pensé que era un chiste. Después, me ofrecieron ingresar a Mensa. Rendí el examen y entré», recuerda. Y sigue: «Lejos de encontrarme con un grupo de científicos de la NASA, ahí conocí mucha gente como yo. Entendí por qué mi infancia había sido tan complicada, por qué me habían mandado al neurólogo y me habían medicado. De alguna manera, logré sanar mi historia».
En 2002, Roldán fundó la ONG CreaIdea para acompañar a niños dotados y talentosos y a sus familias. «Muchos padres llegan angustiados y sin saber qué hacer con sus hijos: si cambiarlos de escuela, si adelantarlos de curso, si buscarles otras actividades… Incluso, hay algunos que proponen ‘esperar a que se les pase'», cuenta. ¿Qué les aconseja él? «Más allá de su lógica implacable y su memoria prodigiosa, en el fondo no dejan de ser chicos». En CreaIdea, la mamá de Cassandra encontró contención. «Había muchos padres que, como yo, no entendían que su hijo fuera superdotado. ‘Le va mal en la escuela, tiene notas pésimas, se dispersa…’, decían. Que sea superdotado no implica que tenga la vida resuelta ni que sea un chico diez», dice.
Hace un par de semanas, Félix cumplió 13 años. Cuando era más chico, solía festejar sus cumpleaños en el Museo de los Niños del Abasto. «Elegíamos un tema, como ‘Los piratas’ y todas las actividades giraban en torno a eso. Había una búsqueda del tesoro, barco pirata…», recuerda. Hoy, en sus ratos libres, disfruta de jugar al Fortnite o al Five nights at Freddy’s con sus amigos. Cuando era más chico, soñaba con ser policía porque quería hacer justicia. Después quiso ser científico y crear pociones. «Ahora prefiero que el tiempo lo decida. Puede que me incline por ser maestro, pero lo que sé que quiero es trabajar de algo que realmente me guste», sintetiza. Para él, ser superdotado no significa ser más inteligente que los demás. «De hecho, si ahora me preguntás la raíz cuadrada de 7849, me quedo pensando ochenta mil años. Necesitaría usar calculadora«, cierra.
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